Proyecto UNA: Shitposting, usos y costumbres

(Aquí hay un artículo sobre shitposting que escribimos para un libro llamado Memeceno: https://www.lacajabooks.com/libro/memeceno/ escrito por Proyecto UNA)

Son las cinco y media de la tarde en California. Todo el mundo se prepara para la embestida en Sillicon Valley. Se ultiman las revisiones de los servidores, los backups y las conexiones internacionales. Todo está a punto, un día más, para resistir al aluvión. Solo durará un momento, pero es imprescindible aguantar hasta el punto crítico, asegurarse de que nada falla y no permitirse ni el más mínimo error para que el servicio de las webs más usadas del planeta no caiga.

Son las seis de la mañana en la India. La clase trabajadora madruga un día más para cumplir con su horario laboral. El camino a engrasar la máquina capitalista es cansado y perezoso. Con los ojos aún legañosos, mientras esperan en el andén, la parada del bus o el ascensor, millones de personas se acuerdan de sus seres queridos. Como cada día, deciden mandarles un mensaje sincero de amor, apoyo y ánimo para enfrentar la nueva jornada. Una sencilla imagen, prácticamente al azar, que reza “Good Morning”.

En ese preciso momento, los servicios de mensajería instantánea colapsan.

20 mil millones de mensajes, provenientes de 200 millones de usuarios, saturan los servidores con memes horteras, ingenuos y kitsch. El buscador Google multiplica por 10 sus consultas, la red de servicio de Android se congela, WhatsApp se ve obligado a reducir la cantidad de mensajes que se pueden reenviar instantáneamente. Un movimiento no coordinado, pero suficientemente popular como para doblar la rodilla de los gigantes tecnológicos, embiste diariamente a lomos de la frase más aparentemente cándida del mundo: buenos días.

En sus orígenes, el término shitposting, que podríamos traducir como “posteo de mierda” o “posteo mierdoso”, se refería despectivamente al contenido digital publicado fuera de lugar o que tenía muy baja calidad. A día de hoy, shitposting describe una forma de habitar el ciberespacio, que a su vez genera una estética y un modo de comunicación en si mismo. Podríamos definirlo como un comportamiento digital que consiste en compartir imágenes, vídeos o textos que aparentemente no aportan nada a la conversación, que están mal construidos o tienen un diseño feo. Se puede llevar a cabo intencionalmente, con mayor o menor grado de ironía, y con el objetivo de perturbar, llamar o romper la atención. Hay quien le da la categoría de trolleo, hay quien lo considera un arte, y hasta puede ser una forma de introducir propaganda política de forma inesperada.

Como ocurre con mucha de la jerga digital, la mejor forma de acceder a su significado es adentrándonos en páginas que compilan la cultura internetil de forma colectiva, como Urban Dictionary o Know Your Meme. Según estas, la primera vez que se utilizó shitposting fue en el otrora influyente foro Something Awful, allá por 2008, para referirse a contenido “inane y completamente inútil”. Sin embargo, la lengua es un artefacto vivo, que muta con las circunstancias sociales, y hay que tener en cuenta que las circunstancias de internet, precisamente, han cambiado mucho en los últimos quince años. Es por ello que a shitposting, como a otros muchos neologismos virtuales, podemos aplicarle el apelativo de “término apestado” (skunked term), una idea acuñada por el lexicógrafo Bryan A. Garner y que implica que debido al uso popular que se da a una palabra, esta va cambiando su significado original. Algunos ejemplos de términos apestados en castellano son bizarro o literalmente.

Shitposting ha pasado por el mismo proceso. El uso del término, junto a los cambios sufridos en la arquitectura de las redes y nuestra relación con ellas, ha llevado a que cambiase también su definición y su intencionalidad. Observemos como en 2019 cayó un aluvión de críticas sobre la editora de radio de la BBC, Laura Kuenssberg, por describir shitposting como “campañas políticas que parecen basura y luego la gente las comparte en línea diciendo: Oh, no puedo creer la mierda que es esto” hasta que se vuelven virales. ¿Es esta una definición errónea del término? No necesariamente, pero se queda muy corta, ya que apenas representa uno de los muchos usos que se hacen del shitposting.

Es interesante estudiar la evolución del término paralelamente a la transformación de nuestra relación con internet. En los años 2000 las conexiones todavía eran lentas e intentar ver una película online no siempre era una misión exitosa. Fotolog únicamente permitía subir una foto al día, los correos de Gmail se conseguían solo a través de invitación y ofrecían 1GB de capacidad, que en aquel momento parecía imposible de llenar. En general, no nos connectabamos diariamente a la red, y el contenido era finito. Veíamos los mismos vídeos (que tardaban lo suyo en cargar) en Youtube repetidamente, y nuestros buzones, redes sociales y foros de fanfiction colectiva ofrecían escasas novedades periódicas, que esperábamos con avidez y recibíamos con entusiasmo.

Hoy en día, el contenido se genera a un ritmo que no podemos seguir. Las notificaciones se nos acumulan, los correos electrónicos sin abrir se almacenan en nuestros buzones de entrada de 15 GB y en todos los grupos de mensajería instantánea hay alguien que nunca participa. Las plataformas de contenido digital generan y promueven, a través de su propia arquitectura, este flujo infinito de información. A fin de cuentas, lo que les interesa a los magnates de la tecnología es que pasemos tanto tiempo como sea posible con los ojos en la pantalla, ya que así veremos más anuncios, y a más vistas de cada anuncio, más cobran. Para conseguirlo, y sin que sea objeto de este capítulo hacer un análisis pormenorizado de la indústria que se esconde tras la economía de la atención, no dudan en usar tácticas ideadas originalmente para las máquinas tragaperras(1) ni en capitalizar el odio y la indignación que este genera. En este espejismo de crecimiento sin límites, donde no somos conscientes del plano material de un internet supuestamente infinito(2), se da la batalla de la gente creadora de contenido para conseguir hacer destacar su vídeo, podcast, meme o post. En un capitalismo de plataforma dominado por la economía de la atención, lo importante es que circule contenido, sea del tipo que sea.

Comprender la capacidad de reproducción y viralidad que posee el contenido virtual es imprescindible para entender cómo y porqué hacemos shitposting. Parte de ello se debe a la democratización de acceso a los medios necesarios para crear memes. Los memes no se entenderían ni serían tan populares si no estuvieran impregnados de todas las características de la cultura popular: la autoría colectiva, la reelaboración constante, la mutabilidad y reapropiación de significados, etc. El shitposting contemporáneo parece una respuesta natural e inevitable a una red cada vez más saturada, intensa y a la vez efímera. Su concepto parece diluirse en la realidad de los quince stories de Instagram diarios por cuenta, el Time Line eterno de Twitter, las sugerencias inacabables de Youtube, los larguísimos directos de Twitch, el scrolling interminable en TikTok y los ilimitados memes nuevos que llegan por WhatsApp. Contenido que, además, comparte con la idea original de shitposting el hecho de que si no lo ves (antes de que se pierda en la inmensidad de internet o de que se borre, en algunos casos) no cambia absolutamente nada, pero cuando lo consumes, poco a poco va cambiando tu relación con la red y sus habitantes.

El youtuber británico Tom Nicholas reconoce en su ensayo Shitposting: The Art of Internet dos categorías generales de shitposting: inintencional y disruptivo. En la primera enmarca el contenido que se hace o se comparte sin importar la baja calidad del mismo. Aquel que no esconde la inocencia a la hora de construir una estética naif o de poca monta, y destaca por la masividad de su uso. Por la propia naturaleza amateur, lo efímero de su impacto o su capacidad viral, podríamos incluir en esta categoría la sobresaturación de todo tipo de mensajes banales, vídeos cutres o montajes involuntariamente cochambrosos que hacemos circular constantemente, como los mensajes de buenos días de los que hablabamos al principio de este capítulo. La segunda categoría, el shitposting disruptivo, tendría que ver con aquel que abraza esa tendencia cutre, pero lo hace para esconder, bajo diversas capas de ironía, un objetivo sarcástico, político, o de trolleo. El inconveniente de esta división es que en los tiempos post-irónicos que se viven en la red, cuesta diferenciar entre los usos pretendidos en el momento de la creación de los memes y su posterior recepción. Lo que para algunos pueda ser genuinamente una mierda, para otras personas será aceptado como algo bello, ya sea con cierto distanciamiento cándido, desde un análisis formal o académico, o como una celebración de la creación aficionada y casi fanzinera que representa el alcance popular de los memes.

Así, el propio Tom Nicholas equipara el shitposting a una evolución de las vanguardias artísticas como fueron el dadaísmo, el situacionismo o el punk, que con estéticas feístas y rompedoras cuestionaban los límites de la creación artística y de la estética, borrando la línea que separa la alta de la baja cultura. Nosotras proponemos lo siguiente: si los memes son el arte callejero de internet, el shitposting es el equivalente a las puertas de los baños de los bares, pintarrajeadas con mensajes groseros y soeces, llenas de pegatinas semidestruídas que evocan bandas que nadie conoce o agrupaciones políticas de nicho.

Un concepto imprescindible para analizar la popularidad del shitposting es la ironía. Para entenderla, debemos comprender los malestares generacionales de milenials y zoomers, que se enfrentan a uno de los mundos más caóticos y aparentemente carentes de alternativas que se han visto en por lo menos dos siglos. La ironía se transforma, así, en escudo y arma arrojadiza para afrontar la ansiedad frente a un futuro incierto. Ante el absurdo político de autodestrucción ecológica al que nos enfrentamos, entregamos nuestra cultura, al igual que hacían las vanguardias artísticas de entreguerras, a un absurdo aún mayor. Interrumpiendo así el flujo constante de producción de sentido en una sociedad y economía que para gran parte del planeta carece ya no sólo de sentido, si no de cualquier atisbo de esperanza. Frente a esa imposición de continuar con un modelo de vida que no nos satisface, la rebelión es interrumpir su reproducción estética y discursiva con, esencialmente, mierda. Hacen falta grandes dosis de ironía para enfrentarse a un supuesto fin de los tiempos adoptando la pose indolente propia del bufón. Eso sí, el hecho de compartir contenido basura sólo por las risas no tiene únicamente la función de autodefensa, sino también la de camuflaje, e incluso la de construcción de identidad. Como dice Zoë Sackman en Shitposting in the Age of Mechanical Reproduction: “los millennials en su conjunto se sienten muy vulnerables, y la ironía es una forma de humor que permite al participante protegerse de la vulnerabilidad de múltiples maneras”. La ironía se transforma, pues, en una broma interna y, llevado a un extremo, en una línea divisoria. Una barrera entre quien tiene que entender y quien no entiende. Esto puede ser una forma maravillosa de llevar bromas exclusivas de grupo a otro nivel de significado, ensanchando comunidades y convirtiendo chistes privados en una nueva forma de comunicación.

Es lo que ocurre con la cuenta de twitter de Chocu. Una parodia que empezó con forma de webcomic en el cual se parodiaba la mascota corporativa de unos cereales y que ha crecido y mutado, generando decenas de encarnaciones y hasta un videojuego. A día de hoy representa, quizás, la comunidad shitposter de ideología progresista más amplia, exitosa y desafiante, habiendo roto la barrera del nicho y llegando al mainstream de formas extrañas, como cuando un diario intentó ridiculizar la cuenta y vió sus respuestas inundadas de JAJA SÍ, uno de los latiguillos del personaje principal de Chocu. La construcción de nuevas formas de lenguaje que recentren nuestra atención y nos hagan participar de la comunicación digital como un juego de (auto)reconocimiento es una de las posibilidades más interesantes del shitposting.

Otro ejemplo son las k-popers (fans de la música pop koreana). Se trata de una comunidad joven, mayormente femenina y bastante cohesionada para su enorme cuantía. A base, principalmente, de pura masa crítica, y con el objetivo de participar en el éxito y continuidad de sus grupos favoritos, han desarrollado técnicas de hackeo del algoritmo e incremento de visitas en plataformas como Youtube. Destacó su posicionamiento político cuando las protestas del Black Lives Matter en EEUU, durante las cuales emplearon su sabiduría a la hora de postear masivamente para sobresaturar aplicaciones policiales de rastreo y denuncia de manifestantes, volviéndolas inservibles. Las apps represivas en cuestión funcionaban a la espera de recibir chivatazos y vídeos por parte de la población, pero tuvieron que ser deshechadas cuando las k-popers las llenaron masivamente de vídeos de sus ídolos y mensajes tales como “alerta policía, aquí tenemos a un ladrón: me ha robado el corazón”. En el estado español, la comunidad k-poper también se posicionó utilizando la lógica del shitposting, enganchándose a trending topics fascistas y atestándolos de vídeos e imágenes paródicas de sus artistas preferidos bajo el hashtag FachaQueVeoFachaQueFancameo (las fancams son esos vídeos no profesionales grabados por el fandom y utilizados para ser posteados masivamente en apoyo a cantantes) a modo de burla y juego irónico.

En un artículo para Real Life Magazine, Tara Bell lo resumía con la frase “Publicar mierda solo importa en la medida en que te permite sentirte involucrado en el chiste, y participar en el chiste exige un acuerdo en el grupo sobre lo que realmente es el chiste. Nadie shitpostea solo”. Esta potencialidad movilizadora del shitposting, pues, ha sido usada por comunidades que tienen códigos de entendimiento mutuo, los cuales pueden resultar enormemente perturbadores para gente ajena a ellos. A veces suceden acciones aparentemente satíricas en respuesta a este shitposting, como la invasión masiva del Área 51 el 20 de septiembre de 2019, un evento satírico publicado en Facebook que culminaba, tras meses de publicaciones sobre “salvar a los aliens corriendo como Naruto”, con más de mil personas llevando a cabo esa incursión a la célebre base estadounidense el día señalado.

Pero eso no significa que su uso no pueda ser apropiado por fuerzas oscuras. La ironía y la sobreidentificación de un grupo interno contra un grupo externo puede acabar fácilmente convirtiéndose en una seña de superioridad entre sus participantes. En los bajos fondos de internet se utilizan etiquetas como n00b, npc (novato y personaje no jugable, en lenguaje de videojuegos) y, sobre todo, normie, como forma de desprecio elitista hacia gente que no conoce los códigos de la comunidad. Este comportamiento ha sido cooptado ampliamente por fuerzas reaccionarias. Ahora sabemos que hasta detrás de mensajes aparentemente inocuos pueden ocultarse incitaciones políticas de todo tipo que afectan a nuestra realidad en formas a veces inesperadas. Como dice otro famoso meme: “no eres inmune a la propaganda”. Y si la traslación del mundo digital a lo analógico en el caso del Storm Area 51 era un montón de simpáticos frikis tomándose demasiado en serio una broma de internet, la consecuencia de la propaganda que se cuela en el shitposting a veces es bastante más dramática.

El 15 de marzo de 2019 se colgaba un manifiesto en 8Chan (uno de los foros de reunión de fundamentalistas y supremacistas blancos) que decía “ya basta de shitposting, es hora de un esfuerzo de posteo real”. Poco después, se producía un ataque racista a una mezquita en Christchurch (Nueva Zelanda), en el que resultaron asesinadas 51 personas. Quien escribía el manifiesto y quien llevó a cabo el ataque eran la misma persona. Para este neonazi, la traslación al mundo real de lo que posteaba en foro consistía en ejecutar un atentado racista. He aquí que debemos de entender la capacidad del shitposting para colar discurso y crear conciencia. Dada su enorme capacidad de incidir en nuestra atención o cambiarla, ya sea por la cascada de contenido o por lo estridente y llamativo que nos parece, el shitposting se ha demostrado una buena forma de introducir mensajes, pudiendo además escudarse en la ironía si fuese alertado como nocivo. Al fin y al cabo, si entre la gigantesca cantidad de chorradas y estímulos que recibimos se cuela alguna imagen de ínfima calidad que resulta tener rasgos ideológicos detrás, ¿por qué deberiamos prestarle más atención que al resto de contenido que hemos consumido? Es así como funciona el camuflaje, puesto que tal y como dijo el propio Steve Bannon, asesor de la ultraderecha internacional: “los enemigos son los medios de comunicación, y la receta es inundar el espacio de mierda”.

Otro influencer de la alt-righ, Palmer Luckey (fundador de la empresa creadora de las gafas de realidad virtual Oculus Rift), hablaba de la importancia del shitposting político y la meme magic, mientras donaba dinero a la campaña presidencial de Donald Trump. ¿Qué era esta meme magic a la que se refería? Pues precisamente, la capacidad de influenciar el devenir del mundo a base de emplear masivamente ideas meméticas que se volvían virales. Todo el mundo conoce ya a la rana Pepe(3), un ejemplo de cómo se empleó constantemente un símbolo aparentemente inofensivo hasta que su uso quedó asociado a una corriente de pensamiento (sobre todo tras el tuit de Trump en el que la empleó). Esto es el resultado del shitposting: el uso masivo e indiscriminado, más o menos irónico, más o menos intencionado, de una serie de referencias, hasta que mágicamente se llenan de unos afectos concretos. Lo que era la caricatura de una rana se convirtió en una forma barata de emplear públicamente una alusión fascista. Esto es la traslación al mundo analógico de lo que ocurre en lo digital.

A estas alturas tampoco puede sorprendernos que las culturas juveniles y sus prácticas sean cooptadas por propaganda de todos los tipos. An Xiao Mina, en Memes to Movement, afirma que “una de las mayores fortalezas de la cultura de los memes, su capacidad para dar forma y rehacer imágenes e imbuirlas de una simbología poderosa, es también una de sus mayores debilidades”, ya que la apropiación puede darse por ambos lados del espectro político. Aunque nosotras confiamos en el potencial revolucionario y transformador de los memes y somos férreas defensoras de la cultura popular, no somos necias. Hemos visto cómo la ultraderecha ha sacado partido de alguno de los fenómenos más rupturistas de la práctica memética. El shitposting es también una pugna por la hegemonía, por ocupar el espacio e imbuirlo de ideas a través de una práctica de la que gran parte de la población todavía no es consciente de formar parte. A veces, la provocación y el cutrerío más troll también han sido usados para introducirse desde espacios más marginales hasta el mainstream, llevando mensajes que cuestionan los valores patriarcales o capitalistas.

Samantha Hudson, artista, cabaretera, influencer, modelo, cantante y actriz, representa la cara luminosa del shitposting en su más pura esencia. El travesti rubio saltó a la fama prematuramente gracias a un videoclip titulado «Soy maricón», que realizó como trabajo académico para una asignatura del instituto cuando tenía quince años de edad. La canción hablaba, con lenguaje explícito, sobre el conflicto que le suponía su orientación sexual a la Iglésia católica, hecho que no le permitía participar de la vida religiosa con normalidad. Al professor de religión, la pieza videomusical le pareció inadmisible y decidió movilizar la comunidad católica. Una diputada de Ciudadanos se quejó en el Parlamento Balear por la inacción del gobierno ante el vídeo, la organización ultraconservadora HazteOír recogió 48.000 firmas pidiendo una actuación disciplinar contra la professora de comunicación audiovisual, y el obispo de Mallorca excomulgó a Samantha.

En la actualidad, la artista nos ofrece, aparte de múltiples piezas musicales, vídeos, podcasts y espectáculos en directo, una ingente cantidad de shitposting en sus perfiles de redes sociales. Su cuenta de Instagram, en la que ostenta más de 240.000 seguidores, intercala selfies descuidados con fotos profesionales. En sus abundantes stories, tan pronto nos enseña sus nuevos modelitos compuestos por ropa de segunda mano en oferta, como hace chistes absurdos o reflexiones claras y concisas sobre capitalismo, clase y género. En su feed podemos encontrar memes tales como una foto suya con un fondo de plumas rosas y corazones destellantes en el que se lee: 50% Paris Hilton, 50% Karl Marx, y en la gala de los premios Feroz 2021, apareció con un top en el que se leía ACAB. También tenemos a La Píkara Justina e Ingrata Bergman, que han sido pioneras en el uso de la estética feísta para capturar el interés hacía el feminismo en el propio Instagram. Influentes hasta el punto en el que los colores chirriantes, el corta-pega de letras word-art y personajes de anime son ya todo un clásico en muchas cuentas de memes.

Otro ejemplo de empleo del shitposting para llamar la atención fue el episodio de Mayonesa Cigarro, en el que participamos como Proyecto UNA. Básicamente, la página de la Wikipedia dedicada a Simone Weill, filósofa y combatiente de la columna Durruti, sufrió un acto de vandalismo: se cambió su nombre por el de Mayonesa Cigarro. ¿Existía alguna explicación o broma interna que arrojase luz sobre quién lo hizo o por qué lo hizo? Decidimos no planteárnoslo, sino lanzarnos a la piscina directamente y compartir memes sobre el tema. Al poco, la gente empezó a desesperarse por no entender lo que pasaba, y recibíamos mensajes de perplejidad y confusión. El objetivo de adueñarnos de su atención para dirigirla hacia la figura de Simone Weil fue un éxito: muchas de las personas que nos pidieron explicaciones descubrieron a una de las filósofas antifascistas más importantes del siglo XX.

Actualmente, el shitposting se encuentra en una encrucijada. Por un lado, la cultura memética lleva muchos años en desarrollo y mutación. Por otro, muchas de sus prácticas y estéticas han roto la barrera de lo underground y se emplean para poner en práctica agendas e intereses de todo tipo. Hace años era un soplo de aire fresco ver la cuenta de twitter de Desatranques Jaén: una pequeña empresa de limpieza de tuberías que contrató a un community manager (hoy habitando Desatranques La Banda tras ser despedido) que basó su estrategia comunicativa en hacer referencias a los memes más conocidos y en crear un imaginario popular. Por lo general, su contenido era crítico con las injusticias y aglomeró un fandom enorme en un fenómeno hasta entonces sin precedentes. Pero lo que fue un hito para una empresa que de otro modo hubiera sido insignificante en términos digitales, se convirtió, despojado ya del posicionamiento político, en una tendencia entre ciertas cuentas corporativas en redes sociales. A día de hoy hemos visto actuaciones bochornosas como las de los restaurantes norteamericanos Wendy, que iniciaron una desastrosa campaña de troleo que tocó techo cuando disfrazaron a la rana Pepe de los colores corporativos, despertando la animadversión del público. Más éxito ha tenido el twitter de Kentucky Fried Chicken de España, con un comportamiento mucho más neutro y menos polémico, pero netamente basado en la estética hortera del shitposting. Su éxito ha sido enorme y constata, tristemente, como el capitalismo sigue siendo un vampiro que sobrevive chupando no sólo los recursos naturales de nuestro mundo, si no también la creatividad, la imaginación y la cultura popular.

Pero esto no tiene por qué acabar así. Nosotras confiamos en que existe un potencial revolucionario en la creatividad comunitaria de los memes, las posibilidades que nos otorgan para abrir nuevos horizontes y en el modo desinteresado en el que los compartimos. Como apuntan Thomas Hobson y Kaajal Modi en Post Memes: Seizing the Memes of Production, la naturaleza autorreplicante y algo simplista del meme se presta bien al utopismo y a la producción de significados compartidos. En el momento actual, en el que el turbocapitalismo nos empuja a un consumo masivo de contenido, el shitposting puede ser una forma de acaparar atención para crear espacios de comunidad y transmitir mensajes que llamen al cuestionamiento del status quo.

Son las ocho de la mañana en India. Las siete y media de la tarde en California. Los servidores de las mayores redes sociales del mundo reprenden la normalidad después de aguantar la riada de memes de buenos días. Un día más, el aluvión ha pasado. Entre el polvo y el humo dejado por semejante cantidad de shitposting, la máquina vuelve a ponerse en funcionamiento.

1. https://www.theguardian.com/technology/2018/may/08/social-media-copies-gambling-methods-to-create-psychological-cravings Schull, N. «Adiction by Design: Machine Gambling in Las Vegas»

2. https://www.elsaltodiario.com/internet/esther-paniagua-metaverso-puede-convertir-internet-espacio-totalitario-mayor-que-hoy Paniagua, E. «Error 404: ¿Preparados para un mundo sin internet?»

3. Para quien no lo sepa o quiera indagar en el tema, recomendamos el visionado del documental de Artur Jones Feels Good Man.

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